domingo, 30 de agosto de 2009

CUENTO

EL JINETE Y LA MEDALLA DE ORO

Natalia Alzate Salazar
Centro de Procesos Industriales

Recordando el año 1942, tiempo mágico en donde reinaban los reyes y los príncipes en Persia, uno de ellos, el rey más rico de toda la región en Irán, dueño y heredero de toda la riqueza de su padre fallecido, el Monarca Ruperto, quien vivía en un suntuoso castillo junto con su hija Florencia. Este rey llamado Arturo, se disponía a realizar una aventura, donde el ganador sería el jinete que tuviera el mejor caballo y el que estuviera dispuesto a pasar todas las pruebas que él pondría. Daría como obsequio al ganador una lujosa medalla bañada en oro que había sido robada días antes por unos visitantes forasteros, quienes huyeron con la ostentosa medalla.

Las pruebas del acontecimiento consistían en recuperar la medalla que le habían robado al rey, y éste como agradecimiento, la daría como premio al jinete que diera con su paradero.

El Rey quería casar a su hija con el caballero que lograra encontrar la medalla ya que él pensaba: “este será el más valiente y aventurero que logrará ganarse el corazón de mi bellísima hija Florencia”.

En una tarde donde el sol resplandecía como nunca, el rey hizo un llamado a todos los jinetes de la región que quisieran participar en la aventura; a dicho llamado asistieron cerca de veinte jinetes con lujosos caballos a excepción de uno, Jacinto, quien después de haber llegado tarde, venía seguido de un ‘supuesto’ caballo con presencia de asno viejo y cansado. A Jacinto en sus ojos se le notaba el deseo de superación y los muchos esfuerzos que hizo aquel hombre para llegar al llamado hecho por el rey Arturo; las críticas de los demás jinetes y del mismo rey salieron a flote al ver al caballo: Exclamaron todos: ¿éste se cree el mejor aventurero o piensa que con ese asno tan viejo y cansado va a lograr esta tediosa aventura y el amor de Florencia?. “Está loco”; pero nadie sabía que detrás de ese supuesto asno viejo y cansado estaba el más hábil y apuesto animal capaz de sobrepasar cualquier prueba y que quien lo montaba era el mejor jinete de toda la región.

Se sintió la voz del rey acompañado de trompetas haciendo el llamado para iniciar la aventura, seguida de todas las indicaciones se inició este acontecimiento.
El rey Arturo dijo que la primera prueba constaba en traer alguna pista donde se encontrara la medalla o si era posible llevarla al palacio en menos de una hora. Así, los príncipes salieron en sus lujosos caballos al igual que Jacinto con su asno; tomaron el mismo rumbo a excepción de él quien siguió otra trocha y en menos de un minuto su asno alzó vuelo por las coposas nubes que adornaban el azul cielo de ese día tan resplandeciente. Llegó entonces junto a su caballo a un pueblo pequeño donde sabía que encontraría a los visitantes que se habían apoderado de la medalla. Al llegar allí, aterrizó con cuidado sin que nadie lo viera y se apresuró a su búsqueda; como la gente de dicho lugar era conocida como en todo pueblo, se atrevió a preguntar a unos mercaderes que pasaban cerca de allí si conocían a un grupo de viajeros que habían ido de visita al castillo del rey Arturo. Estos mercaderes contestaron que sí, y él de inmediato con una sonrisa en sus ojos se retiró cogiendo vuelo junto a su caballo antes de que se acortara el tiempo y así llegar con la buena nueva al castillo del rey.
Al llegar estaban todos los caballeros juntos, en ese momento el rey preguntó quién de todos había logrado traer la medalla o algún dato, de inmediato Jacinto alzó su voz y dijo que tenía que hablar en privado con él para contarle sobre esta primicia, el rey incrédulo dudó sobre las noticias que le traía Jacinto ya que seguía pensando que con ese asno viejo y cansado no era mucho lo que podía hacer, pero al fin el rey Arturo cedió a escucharlo y lo mandó a seguir a su oficina, éste le relató su aventura, y el rey incrédulo contestó que necesitaba ver materializado lo que le decía. Al escuchar esto, Jacinto quiso demostrarle al rey con hechos todo lo que le había relatado. Tomó entonces su camino muy feliz y totalmente convencido que sería el ganador de ésta aventura y dueño del amor de la lindísima Florencia, pues era un hombre solo, pero sobretodo con excelentes sentimientos.
Al día siguiente, se reunieron de nuevo los jinetes para atender al segundo llamado del rey y definitivamente tener la medalla, el monarca procedió a dar la orden, pero dijo rotundamente, que si aquel supuesto caballero no mostraba ni la mas mínima pista, de inmediato sería descalificado.
Sonaron trompetas y el rey dijo: “manos a la obra”, todos se dispusieron a emprender su camino, pero antes los demás jinetes observaron el recorrido de Jacinto, ya que estaban seguros que éste sabía del paradero de la medalla; él se dio cuenta que los jinetes lo estaban observando y enseguida se bajó de su asno simulando estar enfermo mientras daba tiempo para que los demás caballeros siguieran su rumbo. Miró hacia atrás y no vio a los demás y ahí se dispuso alzar su vuelo como lo acostumbraba hacer.
Llegó entonces al pueblo dispuesto a la búsqueda, después de hacer su aterrizaje de forma sigilosa vio pasar nuevamente a las personas del día anterior y éstos le dijeron exactamente donde vivían los viajeros: Jacinto se dirigió a esa casa pidiendo algo de beber para él y para su asno simulando estar perdidos por dichas tierras y buscando alojamiento, ellos le atendieron cortésmente y lo autorizaron ingresar a la casa, Jacinto logró observar los rincones y los objetos que tenían allí, cuando mágicamente vio brillar encima de una mesa de cristal la hermosísima medalla. Así, este caballero se llenó de inmensa alegría y pensó en cómo hacer para recuperar la medalla y salir con ella enseguida; por eso pidió un vaso de agua para disimular y así alargó su mano, cogió la medalla, se retiró de la casa y alzó su vuelo por los aires con ésta en brazos, con una sonrisa y un brillo en sus ojos más fuertes y lúcidos que nunca.
Llegó con la medalla al castillo donde se encontraban los demás jinetes con caras de aburridos, Jacinto de inmediato entregó la medalla al rey y éste la recibió estupefacto al igual que los demás caballeros, quienes no creían que un jinete con un asno cansado y viejo hubiese sido capaz de superarlos.
El rey despidió a los jinetes, con bombos y platillos celebró junto con su hija y sus amos el maravilloso hallazgo de la medalla, le presentó a la princesa su futuro esposo Jacinto y ellos al verse a los ojos sintieron amor a primera vista y un flechazo en el corazón, se abrazaron, se besaron y acordaron todo para la boda que se realizó al día siguiente.
El rey Arturo estaba feliz y bendijo a la pareja en su matrimonio dando como obsequio la medalla de oro. Felicitó a Jacinto por encontrar la medalla, el amor de su hija y por ser una persona tan luchadora. Estos fueron felices sin olvidar aquel asno cansado y viejo que volaba por los aires con la maravillosa pareja.

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